Me enseñabas el jardín, me decías:
Este año han llegado más golondrinas.
Te sentabas en tu mecedora con los pies
descalzos sobre la hierba.
Y yo, a tu lado, en una silla.
Me hablabas de muchas cosas
que entonces yo no comprendía,
me acurrucaba en tu voz
tranquila y amplia como
la superficie del agua.
Y dormía.
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